Vida por vida

Por José Antonio Naciff Roldán

Pachuca, Hgo., Abril 1.-Ella lo dio todo por mí. Su regazo para procrearme. Sus senos para amamantarme y una vida llena de esfuerzo y tesón procurando que como hijo pudiera ser un mejor ser humano. Y luchó hasta el cansancio casi hasta dejar en piel y huesos su cuerpo. Y nunca claudicó.

Aunque la necesidad la alejó de mí por muy buen tiempo, siendo un niño no alcanzaba a entender estos conceptos. Pero aún a la distancia me los inculcó:

“No debemos ser soberbios . Debemos ayudar pensando en los demás y no esperar nada a cambio. La arrogancia queda para los ignorantes y los tontos”, fustigaba sin complacencias por rebelde, locuaz o inmaduro.

Apenas con sus tres hijos no se sentía sola sin embargo ante el mundo. Siempre confió en la buena voluntad de semejantes, familiares y amigos.

Y llena de esperanza, jamás se desesperó logrando cumplir cabalmente su objetivo.

Infundir esa fe en la vida, basada en el amor por el prójimo; porque a pesar de estar terriblemente aquejada por la enfermedad, expresa pensamientos positivos de preocupación por quienes le rodean a su entorno.

¿Qué pasaría con tal o cual mujer o señor que padecían enfermedades sufriendo distintos  o trastornos? ¡Es seguro que les ayuda Dios!

Pero también como le digo, es la voluntad y el ánimo por vivir pues al final –la vida- es lo único y más valioso que tenemos. Se agradece ver un nuevo día lleno de sol o incluso que haga frío y esté nublado. O que prevalezca un ventarrón. Escuchar trinar los pájaros, ladrar un perro y cantar el gallo.

Congratula por demás –le añado a su oído- ver sonreír y cantando a los niños sin preocupación.

Pero a sus casi 80 años de edad cada día que pasa languidece más su cuerpo minado por la enfermedad y atado eternamente a su lecho.

Por ello y a pesar de la tranquilidad espiritual que hay por asistirle a lo más posible al alcance de la mano de recursos médicos y humanos, duele verle diluirse por el padecimiento que por años se ha prolongado.

No me inquietan sus ojos que hablan del estado frágil de su cuerpo. Tampoco sus manos que temblorosas por la enfermedad han perdido la capacidad de sujetar o soportar objetos básicos como vasos o platos.

Ni sus piernas totalmente delgadas y rematadas por unos pies permanentemente inflados como sapos.

Me preocupa si su estado general de indefensión porque su organismo no produce glóbulos rojos, bajando sus defensas y permitiendo la posibilidad de ingreso de gérmenes intrusos.

Y el ver que al paso de las horas se habrá de terminar una nueva transfusión, porque la sangre no es un recurso renovable y hay que reponerlo.

Por desgracia solo cuando tenemos una urgencia –o una desgracia- entendemos eso.

¿Pero tú mi querido lector has pensado en eso, o tenido un familiar grave o enfermo y dar vida por vida sin pedir nada a cambio, en una nueva cultura de altruismo donde no existe diferencia de sexo, edad o color?

Y esto me impulsa a pedir no por mi familiar cuya vida se diluye a cada minuto en las manos de Dios, sino por muchos que hoy por enfermedad se enfrentan a lo incierto, unas gotitas de lo que da la fuerza al espíritu.

Por diversas circunstancias todos en algún momento debemos enfrentar una tribulación que nos motiva a llegar a una reflexión:

¿Cuánto en realidad hacemos por congéneres como humanos? Poco, mucho o nada. Pero tú decisión de hoy donando un poco de tu sangre –puedes estar seguro- va a cambiar y hacer diferente este mundo.

Hoy mi familiar que es mi madre despertó de muy buen ánimo. Pudo conciliar su sueño y con placidez durmió, después de alimentarse con una vital transfusión aportada por personas que aún sin conocernos, también mantienen el mismo sueño: alcanzar una vida mejor.

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